Comentario
La Ilustración asturiana gira en torno a la figura de fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), cuya relevancia en el despertar de las Luces nos obliga a citarlo en relación con muchos de los temas mayores del siglo XVIII. Aunque gallego de nacimiento, la vida del benedictino transcurrió en su mayor parte en Oviedo, donde escribió la totalidad de una obra ingente, que le convierte prácticamente en el creador del ensayismo español. Los ocho volúmenes del Teatro crítico universal (1726-1739) y los otros cinco de las Cartas eruditas y curiosas (1742-1760) alcanzaron los 400.000 ejemplares en el siglo XVIII, obteniendo los honores de su traducción a varios idiomas europeos y de su publicación completa en una nueva edición de 33 volúmenes preparada y costeada por otro asturiano, Pedro Rodríguez Campomanes, que la encargó a uno de los grandes impresores de la Ilustración, Joaquín Ibarra. Esta extraordinaria aceptación de sus escritos constituye la principal razón de la influencia de Feijoo en el movimiento ilustrado, ya que en otro plano su pensamiento no fue ni demasiado original ni demasiado avanzado. Su labor fue la de un excelente divulgador, centrado en tres cuestiones recurrentes: el combate contra la superstición, la difusión de información sobre las novedades científicas y la discusión de algunos temas filosóficos y doctrinales. Para su campaña en favor de la interpretación racional de la realidad (aceptando la menor dosis posible de elementos sobrenaturales), este "desengañador de España" se valió de fuentes extranjeras, como las Mémoires de Trévoux, el Journal des Sçavants, The Spectator y el Diccionario de Pierre Bayle. Feijoo fue también uno de los primeros en plantearse el problema de España, desde la perspectiva complementaria del amor a la patria y del reconocimiento del atraso intelectual, cuyas causas habían de buscarse esencialmente en la desidia nacional. Su popularidad fue inmensa, aunque no dejó de tener detractores, tanto entre los científicos más rigurosos, que le reprochaban discretamente la superficialidad de su espíritu crítico, como entre los sectores más reaccionarios, cuya presión obligó al propio Fernando VI a intervenir poniendo al benedictino y su obra al abrigo de los ataques de sus retrógrados contradictores.
Esta semblanza de Feijoo pone de relieve la importancia de su actitud en el progreso de las Luces a través sobre todo de una sobresaliente capacidad de comunicación con el público. Su magisterio también se ejerció a nivel más íntimo en la tranquilidad de su celda, donde se desarrollaban las típicas veladas de discusión intelectual que tanto se prodigaron en tiempos de la Ilustración. Uno de los asistentes a estas veladas fue el médico gerundense Gaspar Casal, que desarrollaría su trabajo de nosografía en Oviedo, donde bajo la influencia de la obra de Sydenham se convertiría en el pionero de la patología de las enfermedades carenciales, gracias sobre todo a sus estudios sobre la pelagra. Casal, uno de los médicos más notables del siglo, se insertaría plenamente en el marco ilustrado regional con su Historia Natural y Médica del Principado de Asturias, escrita antes de su marcha a Castilla, donde pasaría los últimos años de su vida.
Otros destacados miembros de la Ilustración asturiana desarrollarían gran parte de su obra fuera de los límites del Principado. Este es el caso de Pedro Rodríguez Campomanes (1723-1803), uno de los máximos representantes del reformismo oficial, afincado en Madrid, o el de Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), la figura intelectual más importante del siglo XVIII en España, cuya actividad quedaría vinculada a las diversas ciudades donde residiera a lo largo de su vida.
En efecto, Jovellanos, tras una etapa de formación seguida en Oviedo, Avila y Alcalá, se instala durante veinte años en Sevilla, entrando en contacto con la tertulia de Pablo de Olavide y animando los cenáculos ilustrados hispalenses, mientras en Asturias el movimiento reformista se acelera con las incitaciones gubernamentales, que promueven la renovación de los estudios en la Universidad de Oviedo y la creación de una Sociedad Económica también en la capital. El período dorado de los años ochenta lleva a Jovellanos a Madrid, donde multiplica sus intervenciones en todas las instituciones académicas (Academia de la Lengua, de la Historia, de Bellas Artes), vinculándose sobre todo a la Sociedad Económica Matritense, en cuyo seno promueve iniciativas o recibe estímulos para algunos de sus escritos más destacados e influyentes, como la Memoria para la admisión de las señoras (previa a la creación de la Junta de Damas) o el Elogio de Carlos III, donde resume la obra reformista del monarca y declara su adscripción a la política ilustrada de la Corona. Su primera, aunque disfrazada, caída en desgracia le permite el regreso a Asturias, donde lleva a cabo una investigación oficial sobre la posible explotación de minas de carbón en la zona. La momentánea recuperación del favor regio le llevará a un breve paso por la Secretaría de Gracia y Justicia, hasta su definitiva caída, destierro y encarcelamiento en Mallorca, de donde no saldrá sino para enfrentarse con los dramáticos problemas de la guerra de la Independencia y con la obligada toma de decisión que le inserta en el bando de los patriotas enfrentados al régimen de José Bonaparte.
En Asturias vive, pues, Jovellanos más de diez años, entregado a sus tareas intelectuales, entre las que destacan la redacción de su importante Memoria sobre el arreglo de la policía de espectáculos y diversiones públicas (1790), la preparación del texto final del Informe sobre el expediente de Ley Agraria (1795), que le había sido encargado por la Económica Matritense y que es quizá el más significativo documento del siglo, y el comienzo de su Diario, un testimonio de primer orden para rehacer la biografía de su autor y para captar admirablemente el espíritu de la época. La tarea que absorbió, sin embargo, la mayor parte de sus energías fue la fundación del Instituto Asturiano de Gijón (1794), consagrado a la enseñanza técnica de la minería y la náutica, y para el que contrató profesores, dispuso métodos y redactó libros de texto, sin escatimar esfuerzos por considerarlo la plasmación concreta de sus sueños de educador.
La figura de Jovellanos desborda en cualquier caso el marco regional, que presenció y se benefició de su actividad durante la década final del siglo. Hombre de impresionante cultura, aceptó el sensismo de Condillac y de Locke como fundamentación filosófica de su pensamiento, convirtió a la reflexión histórica en fuente de inspiración de su campaña reformista, ajustó su comportamiento religioso a las pautas del catolicismo progresista del momento y buscó el progreso de España en una cruzada pedagógica a favor de las ciencias útiles, que eran aquellas directamente vinculadas al desarrollo económico. Representante del optimismo ilustrado, y también de los límites de la concepción política de la Ilustración (creyó firmemente en la sinceridad de un régimen que le encarceló por sus ideas progresistas), mantuvo una exquisita ortodoxia religiosa pese a la persecución de que fue objeto a causa de sus opiniones jansenistas; atacó a los privilegiados y criticó los principios básicos que sustentaban la organización social, pero no encontró una fórmula de recambio; llegó a la conclusión de que el sistema de vinculaciones constituía el impedimento último para el progreso de la agricultura, pero no se atrevió a proponer una transformación radical de las estructuras feudales de la economía; creyó en el poder de la educación para superar el atraso, pero no en la universalización de un saber que debía ser compatible con la ordenación tradicional de la sociedad. En definitiva, su pensamiento reformista tenía como límite el respeto al orden establecido, lo que convierte a su actitud intelectual en un símbolo de las contradicciones de la Ilustración.